viernes, 23 de mayo de 2008

Etapas del Desarrollo Evolutivo

2.5. Etapas del Desarrollo Evolutivo. Teoría de Erik Erikson

Erik Erikson se ha ocupado del desarrollo normal del ser humano desde un punto de vista psicosocial. Este autor plantea el desarrollo humano como una lucha entre dos fuerzas antagónicas. Esas fuerzas se presentan en cada uno de los ocho grandes períodos que comprenden toda la vida de un ser humano. Los conflictos generados por ellas pueden ser superados y la adecuada superación de cada una prepara y facilita el logro de la siguiente. De no lograrse esto, las etapas siguientes pueden verse perjudicadas, aunque existe una posibilidad de revisión y de reparación. (Loughlin, 2002)

La teoría eriksoniana sobre el desarrollo de la persona muestra de manera integrada el concepto de evolución humana; llama epigénesis a este proceso de crecimiento, y estadios psicosociales a cada una de las etapas o pasos.

Habla de las ocho edades del hombre, desde la lactancia a la vejez, cada una formadora de una virtud particular. Cada escalón de la vida humana se apoya sobre los anteriormente conquistados. Y se dicen "conquistados" porque estos escalones o virtudes son productos de la lucha interna entre fuerzas sintónicas y distónicas, es decir, tendencias opuestas entre sí. Una vez conquistadas, las virtudes o "fortalezas esenciales" pasan a formar parte del patrimonio personal, del arsenal de recursos para afrontar las luchas siguientes. Por eso, cada etapa es también una crisis, una lucha, una oportunidad de crecer como persona.

2.5.1. Las ocho etapas del desarrollo humano

Las ocho etapas de desarrollo del ego según Erik Erikson describen la evolución psicosocial del ser humano (Erikson, 1993, 12° edición, p.223 a 240). Se verán resumidamente las etapas del desarrollo humano, sus fuerzas en pugna y sus virtudes resultantes (Loughlin, 2002)

2.5.1.1. Confianza básica versus Desconfianza básica

Se inicia en el nacimiento y termina con el destete (alrededor del primer año). En ella, la primera tarea del Yo es establecer formas de solución de conflictos, que perduren el resto de la vida.

En la lactancia surge como virtud la esperanza, proveniente de la lucha entre la confianza básica con la desconfianza básica. Se alcanza mediante la relación con la madre, en especial en lo referente a la satisfacción de las necesidades básicas como el alimento, la higiene, los cambios de temperatura, el cariño y la atención.

El signo de que el bebé confía es que come bien, duerme bien y evacúa bien. Aprende a confiar desde el cuidado solícito de su madre que responde a sus necesidades vitales, y también desde su propia capacidad de recibir.

Esta crisis proporciona un sentimiento rudimentario de identidad yoica al reconocer las sensaciones internas de estas necesidades y las imágenes recordadas y anticipadas de su satisfacción unidas a un exterior familiar y previsible.

Así aprende vitalmente que es querido, que sus padres velan por él. "Al obtener lo que se le da y al aprender a obtener de alguien lo que desea, el niño desarrolla también el fundamento adaptativo necesario para que algún día logre ser un dador".

Hay un sentimiento de ser aceptado, de ser uno mismo y convertirse en lo que los demás confían en que se llegará a ser. El sentimiento de identidad que se da, implica confianza y reconocimiento mutuos, tanto de la madre hacia el niño como de éste hacia ella, como ese exterior que cuida, que confía y en el cual se puede confiar. "Soy lo que espero tener y dar" (Erikson, 1977, p. 87)

Esta crisis en términos de identidad se expresa como perspectiva temporal versus confusión del tiempo, pues la capacidad de esperar de la madre la satisfacción de necesidades, apoya la formación de la noción del tiempo.

Cuando se da una sensación de gran urgencia por la satisfacción y una pérdida de la consideración del tiempo como una dimensión del vivir, se habla de la confusión del tiempo.

2.5.1.2. Autonomía versus vergüenza y duda

Tiene lugar durante la primera infancia o niñez temprana (1 a 3 años). Las virtudes resultantes son el autocontrol y la voluntad rudimentaria. La maduración muscular posibilita el manejo de dos modalidades sociales: aferrar o entregar; retener o soltar, que tiene incidencia sobre el ambiente y que puede conducir a actitudes hostiles o bondadosas. Se observa un interés del niño por aferrarse a los objetos para luego descartarlos.

El control exterior en esta fase debe ser firmemente tranquilizador; la firmeza lo protegerá de su incapacidad para soltar y aferrar con discreción. La firmeza no debe manifestarse en forma de crianza ni en castigos que provocan vergüenza y duda, pues tales actitudes disminuyen la autoestima del niño o despiertan una conciencia precoz de sí mismo.

Esta etapa corresponde al control de esfínteres, por tanto, implica una capacidad mayor de la voluntad muscular y la influencia de la educación cultural del medio. Dependiendo de la actitud y conductas del exterior, el niño llega a sentir que la confianza lograda no correrá peligro ante sus súbitos cambios de actitud, su deseo repentino y violento de elegir por su propia cuenta, e irá controlando su conducta según su voluntad.

El niño debe ser respaldado, protegido, impulsado y limitado en sus decisiones y actos. Así se evitará un sentimiento de vergüenza o duda sobre qué hacer y se logrará que adquiera un sentimiento de autocontrol y de ser capaz de oponer su voluntad a la de otros.

En cuanto a la identidad, este estadio deja el remanente de "Soy lo que puedo desear libremente", expresado en una seguridad en sí mismo ante la conciencia de sí mismo.

La conciencia de la identidad es una forma especial de penosa conciencia de sí mismo que se alimenta de las discrepancias entre la propia autoestima, la autoimagen y la apariencia propia ante los otros. Implica la vergüenza y la duda de la integridad de los padres y de uno mismo.

La seguridad en sí misma se caracteriza por una sensación definida de independencia de la familia como matriz de autoimágenes y por una seguridad en cuanto a la anticipación de eventos.

2.5.1.3. Iniciativa versus culpa

Se da en la edad de juego o preescolar del niño (3 a 5 años), y aquí alcanza su mayor intensidad. Si se sale victorioso de esta etapa queda la virtud de la finalidad o propósito.

Los órganos de la locomoción adquieren mayor fortaleza y el niño se desplaza hacia lo que despierta su interés. En esta etapa llama la atención el placer que le produce participar en distintas actividades, inclusive tomar algunas iniciativas, sobre todo para la conquista de lo deseado.

Está ávidamente dispuesto a aprender y a imitar todo lo que se le ofrece. Descubre la diferencia de los sexos y se inicia la identificación con el progenitor del mismo género.

El niño se muestra curioso, inquieto y le gusta hablar en voz alta y los juegos vigorosos. Trabajar con una finalidad concreta le resulta interesante. En esta etapa encontramos el precursor de una cualidad importante en el mundo adulto, que es saber ponerse metas y utilizar todos los recursos para alcanzarlas.

Pero es también una etapa dolorosa, ya que al incluirse un tercero en la relación (antes existía sólo la madre), surge un conflicto triangular, complejo nodular del psicoanálisis. Sin embargo, Erikson afirma que los deseos apasionados del niño, de posesión y exclusión hacia sus padres, el amor y el odio, no coinciden con las posibilidades somáticas para su consumación (que se van a dar en la adolescencia) y sí coinciden con el florecimiento de la imaginación lúdica.

Entonces, estos deseos instintivos primarios y las culpas correspondientes ocurren en un período del desarrollo que combina el conflicto infantil más intenso con el máximo progreso del juego. Y es justamente el juego lo que libera al niño, permitiéndole una dramatización en la microesfera (el mundo de los juguetes) de un gran número de identificaciones y actividades imaginadas.

Así como hay una identificación con el padre o la madre, existe un acercamiento con el progenitor del sexo opuesto para llamar su atención, con la fantasía de ser grande y conquistar su amor. La imposibilidad de convertirla en realidad, empuja al niño a los hechos y las cosas. Aprende rápidamente, quiere hacer cosas con otros, se interesa en construir y planear y descubre lo que puede y es capaz de hacer. La conciencia es el gran gobernador de la iniciativa, pues ya surgió el concepto de lo moral.

La liberación de la iniciativa del niño y su sentido de un propósito en las tareas de los adultos que prometen la realización de sus capacidades, es la contribución a la identidad, "Yo soy lo que puedo imaginar que seré" (Erikson, 1977, p. 100). La crisis se traduce en la experimentación de su rol, en oposición a la fijación a un rol seleccionado para así evitar los sentimientos de culpa.

2.5.1.4. Industria versus inferioridad

Coincide con la edad escolar (6 a 11 años). En este momento el niño aprende a ser un futuro trabajador y proveedor. Aprende a obtener reconocimiento a través de la producción de cosas. Descubre el placer de completar un trabajo mediante la actitud atenta y perseverante. Eficacia y competencia son las virtudes resultantes.

En este estadio el niño tiene la oportunidad de concentrar su atención y aprender, se interesa en las relaciones sociales a través de la experimentación, la planeación, y en compartir actividades, obligaciones y disciplina dentro de una división de trabajo.

Su interés se enfoca en completar las tareas dominantes, sus habilidades y los instrumentos que le ayuden, con lo que se gana un lugar entre los otros niños, y en buscar el reconocimiento mediante la producción de cosas. Se inicia la imitación de los adultos que no son sus padres.

Afectivamente se instalan nuevos sentimientos de camaradería, justicia, lealtad, puntualidad, relacionadas con la aparición de las reglas de juego. La cooperación entre individuos determina reciprocidad y asegura a la vez autonomía y cohesión, es decir, una mejor integración del yo; una regulación más efectiva de la vida afectiva.

La inferioridad tiene que ver con un sentimiento de inadecuación física o el manejo de los recursos técnicos (las herramientas). Este estadio crea la identidad de "Soy lo que puedo aprender a hacer funcionar" (Erikson, 1977, p. 104), aprendizaje frente a la parálisis en el trabajo. Ésta significa incapacidad para concentrarse en las tareas que se han exigido o sugerido, o una preocupación autodestructiva por una actividad parcial.

Es la consecuencia lógica de un profundo sentimiento de inadecuación de las habilidades propias, ya sea por un exigente ideal del Yo, porque el medio social no da lugar al desarrollo de las potencialidades del individuo o por haberse enfocado a una especialización laboral muy tempranamente.

El primer ciclo escolar es una moratoria psicosexual, pues coincide con la latencia, caracterizada por un cierto adormecimiento de la sexualidad infantil y una postergación de la madurez sexual. La moratoria se da a través del aprendizaje en donde hay deberes definidos y competencias autorizadas acompañadas de una sensación de satisfacción.

2.5.1.5. Identidad versus confusión de rol

Se da durante la adolescencia (12 a 20 años), es la más tormentosa de las crisis del crecimiento, también llamada "crisis de identidad". En esta época se conquistan las virtudes de fidelidad y devoción.

Los adolescentes se preocupan por lo que parecen ser ante los demás y lo que sienten de sí mismos, y tienen problemas para relacionar los roles y aptitudes anteriores Son tan impresionantes los cambios físicos y mentales, que todas las seguridades anteriormente conquistadas se ponen en duda.

En la adolescencia se observa un cierto sentimiento agudo, aunque cambiante, de la existencia, y también un interés a veces apasionado por valores ideológicos de toda clase, como religiosos, políticos e intelectuales.

La fuerza específica de esta etapa, la fidelidad, mantiene una fuerte relación con la confianza infantil y con la fe madura. El adolescente transfiere la necesidad de guía de las figuras parentales a otras personas (amigo, mentor) a quienes admira y hacia ellos dirige su fidelidad. La antítesis es repudio del rol o confusión de identidad, que puede aparecer en forma de falta de autoconfianza o como oposición obstinada y sistemática.

La adolescencia y el aprendizaje cada vez más prolongado de los últimos años de la escuela secundaria y de los años de universidad, pueden verse como una moratoria psicosocial, es decir, un período de maduración sexual y cognitiva, que conlleva a la postergación del compromiso definitivo.

Esta etapa ofrece una moratoria psicosocial donde el individuo, al experimentar diferentes roles, encuentra un lugar en su sociedad. Ésta lo reconoce reaccionando positivamente ante sus logros y otorgándole una función y estatus como si tuviese una personalidad definida. La moratoria implica una demora, autorizada selectivamente por la sociedad, para cumplir una obligación, un compromiso que se adquiere poco a poco.

El adolescente necesita esta moratoria para integrar los componentes de su identidad, donde la sociedad reemplaza al ambiente familiar. Así, el adolescente busca hombres e ideas en quienes pueda tener confianza y a quienes considera que vale la pena probar que es digno de confianza.

La moratoria puede fracasar cuando el individuo se define y compromete demasiado pronto, sea por las circunstancias o porque la sociedad lo ha comprometido a tareas muy determinadas.

La identidad yoica es la integración que se adquiere como suma de las identificaciones infantiles; es la confianza acumulada de que la mismidad y la continuidad anteriores encuentren su equivalente en el significado que se tiene para los demás. La confusión de rol implica una inseguridad previa en las identidades infantiles que no permite compaginar los eventos actuales con una identidad.

La "identidad negativa" está perversamente basada en las identificaciones y roles presentados como los más deseables o peligrosos, o puede imponerse como la necesidad de encontrar y defender un refugio frente a las exigencias de los padres o la sociedad. La negación de la identidad personal es el extrañamiento del origen, se desprecian los roles que la familia considera adecuados y deseables.

El "sentimiento de identidad óptimo se experimenta como un sentimiento de bienestar psicosocial" (Erikson, 1977, p. 135)

La identidad frente a la confusión de rol puede expresarse en:
1. Reconocimiento mutuo frente al aislamiento autista.
2. Deseo de ser uno mismo frente a la duda de uno mismo.
3. Anticipación de roles frente a la inhibición del rol.
4. Identificación con la tarea frente al sentimiento de futilidad.

La mezcla de elementos de una identidad positiva con los de una negativa, al integrarse en pasado y presente a la luz de un futuro previsto, es lo que resulta en la identidad.

Estos elementos pueden expresarse así: existen cosas que deseamos, que sabemos que podemos hacer y podríamos realizar si las circunstancias fueran favorables, al tiempo que sabemos qué cosas no deseamos hacer o sabemos qué no podemos realizar.

El proceso de la adolescencia termina cuando el individuo subordina sus identificaciones infantiles a una nueva identificación en donde la sociabilidad y el aprendizaje competitivo con y entre compañeros de la misma edad la delinean y obligan al joven a elegir y decidirse en lo que lo conducirá a compromisos para toda la vida.

2.5.1.6. Intimidad versus aislamiento

Paralela a la juventud o edad del adulto joven (20 a 25 años), la afiliación y el amor son las virtudes que se requieren en esta etapa. Los jóvenes que surgen de la búsqueda adolescente de un sentimiento de identidad, pueden estar ansiosos y dispuestos a fusionar sus identidades en la intimidad mutua y a compartirla con individuos que en el trabajo, la sexualidad y la amistad, prometen resultar complementarios.

El joven adulto, cuando alcanza su identidad y busca reafirmarla, está dispuesto a fundirla con la de otros, es decir, de intimar, de entregarse a las relaciones que establece (amor, amistad, intimidad sexual y la intimidad con uno mismo) sin el temor de perder algo propio.

Uno puede a menudo "estar enamorado" o entablar una relación íntima, pero la intimidad que está ahora en juego es la capacidad de comprometerse con afiliaciones concretas que pueden requerir sacrificios y compromisos significativos.

A partir de este estadio, empieza a establecerse la pertenencia a una generación y de ahora en adelante se considera a la identidad como "somos lo que amamos" (Erikson, 1977, p. 111), que se manifiesta en la polarización sexual ante la confusión bisexual.
La polarización es la elaboración de una determinada proporción de masculinidad y femineidad acorde con la identidad. La confusión bisexual encamina a la persona a alejarse ascéticamente de la sexualidad con lo que los impulsos confusos se abren paso, impiden el desarrollo de la identidad, y se concentra en la actividad genital para forzar a definirse o hacia fines socialmente aceptados que no permiten expresar la confusión.

Es la etapa en que el ser humano toma las decisiones más fundamentales de la vida (estado civil, carrera, trabajo, etc.) La evitación de esas decisiones y experiencias, debido al temor de pérdida del yo, puede conducir al aislamiento y a una consiguiente autoabsorción.

La contraparte de la intimidad es el distanciamiento: la disposición a aislarse, y si es necesario, destruir aquellas fuerzas o personas que representan un peligro para sí mismo.

Afiliación y amor son las virtudes que se adquieren en esta etapa: la formación de una familia es el modo más adecuado para dar cauce a estas potencialidades. La convivencia y la progresiva compenetración con el cónyuge y con los hijos hace de la familia una verdadera escuela de amor.

2.5.1.7. Generatividad versus estancamiento

Ocurre durante la adultez o edad madura (25 a 60 años). Las virtudes resultantes en esta etapa son el cuidado y la solicitud.

El individuo ocupa su sitio en la sociedad donde contribuye al desarrollo y perfeccionamiento de lo que produce. Esta producción no sólo se refiere al trabajo remunerado sino a todo lo que se ha construido de generación en generación: hijos, cosas, utensilios, ideas, sentimientos, arte, etc.

Así, el hecho de tener o querer tener hijos no implica en sí mismo la generatividad. Ésta consiste en la preocupación por establecer y guiar a la nueva generación. El acercamiento entre éstas lleva a una expansión gradual de los intereses del Yo, a un enriquecimiento que, si faltara, ocasionaría una regresión a una pseudo intimidad y a un sentimiento de estancamiento y empobrecimiento personal.

El hombre maduro necesita sentirse solicitado. Así como es importante la dependencia de los hijos respecto a los padres, no menos importante es la de los padres respecto de los hijos.

La generatividad es en esencia, la preocupación por establecer y guiar a una nueva generación. El concepto de generatividad incluye sinónimos tales como productividad y creatividad, que no pueden reemplazarlo. La generatividad constituye una etapa esencial en el desarrollo psicosexual y psicosocial. La capacidad de perderse en el encuentro profundo con otro ser lleva a una expansión gradual del yo incluyendo cada vez más personas o grupos de personas, en un círculo de identificación y amor.

Cuando falta tal enriquecimiento por completo, tiene lugar la regresión a una necesidad obsesiva de pseudo intimidad, a menudo acompañada de un sentimiento de estancamiento y empobrecimiento personal.

Como puede verse, esta etapa implica un grado de madurez en el que la persona no sólo puede realizarse a través de la maternidad o paternidad biológicas, sino a través de cualquier otra actividad que implique cuidar a las generaciones jóvenes, ser consciente del papel que se cumple en la sociedad como adultos responsables en cualquier función ejercida.

La productividad y la creatividad no implican solamente una generatividad biológica, sino una posibilidad de generar obras de trascendencia social, o cultural, que impliquen cuidado y solicitud hacia otros, generalmente más jóvenes o necesitados de una función paterna.

Todas las instituciones sociales apoyan esta etapa que da impulso a la organización humana. Así, la identidad se enfrenta al liderazgo y adhesión a la confusión de autoridad, en donde éstas son funciones asumidas entre los compañeros de generación. La sociedad los promueve con personas y causas a las cuales es posible seguir y obedecer e implica confianza en las generaciones futuras.

2.5.1.8. Integridad del yo versus desesperación

Es lo que caracteriza a esta última etapa del ciclo de vida que se produce en la vejez (desde los 60 años hasta la muerte), cuando el fruto de los siete estadios anteriores madura. Es la aceptación del propio y único ciclo de vida como algo que debía ser, que no pudo modificarse y que fue adecuado tal como se vivió.

En esta etapa la identidad se expresa como "soy lo que sobrevive de mí" (Erikson, 1977, p. 114), y trata de un compromiso ideológico en oposición a la confusión de valores.

Sólo el individuo que de alguna manera ha cuidado de cosas y de personas, y se ha adaptado a los triunfos y desilusiones inherentes al hecho de ser generador de productos e ideas, puede madurar gradualmente el producto de estas siete etapas.

Erikson lo designa como "integridad del yo" y señala algunos elementos que caracterizan dicho estado, como la seguridad acumulada del yo con respecto a su tendencia al orden y al significado; es la experiencia de que existe un cierto orden en el mundo y un sentido espiritual ya insoslayable.

Es la aceptación del propio y único ciclo de vida como algo que debía ser y que, necesariamente, no permitía sustitución alguna; significa así un amor nuevo y distinto hacia los propios padres, los ancestros y las tradiciones. Aunque percibe la relatividad de los diversos estilos de vida, el poseedor de integridad está siempre listo para defender la dignidad de su propio estilo de vida contra toda amenaza física y económica; porque el estilo de su cultura o su civilización llegó a ser patrimonio de su alma.

En esta consolidación final, la muerte pierde su carácter atormentador; la falta, la pérdida de esa capacidad yoica acumulada se expresa en temor a la muerte. La desesperación expresa que ahora el tiempo que queda es corto para intentar otra vida o para probar caminos alternativos hacia la integridad. Es como un malestar consigo mismo bajo la forma de mil pequeños sentimientos de frustración, apego, desgano, vergüenza, duda, ineficiencia, culpa, inferioridad, confusión de rol, soledad, desconfianza, miedo y tristeza. Son los vestigios no resueltos de aquellas batallas libradas en cada etapa del desarrollo para conquistar la virtud respectiva.

Lo maravilloso de esta etapa es haber arribado a una plataforma desde donde es posible mirar atrás y descubrir el significado singular de cada experiencia del pasado. Es poder dar sentido aun a los hechos vividos con dolor y angustia. Y es la oportunidad para integrar ahora conscientemente, las etapas que en su momento no pudieron ser coronadas con su virtud correspondiente. Como recursar materias para llegar a ser una persona madura. Sabiduría cimentada sobre la experiencia de toda una vida, y una actitud contemplativa, serán las virtudes de esta última etapa, destinada a lograr una integración progresiva y creciente, cada vez más plena de sentido.

Paralelamente crece también la seguridad con respecto a la integridad del otro, base de la confianza y el primero de los valores de la vida que se vuelve a imponer.

El compromiso con la ideología se refiere al mantenimiento de los valores que han regido la propia vida y ofrece a la identidad de la persona una perspectiva simplificada del futuro, abarcando todo el tiempo previsto, con lo cual se refuerza la perspectiva temporal individual.

La identidad también proporciona una correspondencia fuertemente sentida entre el mundo interior y el social, y la oportunidad de una experimentación colectiva con los roles y las técnicas, con esto se presenta la introducción a la competencia y al liderazgo autorizado y reglamentado. Además, la persona presenta una imagen del mundo que sirve de marco a la incipiente identidad del joven.


Extraído de
Secuelas de la Violencia física intrafamiliar en el Desarrollo Psicosocial de Niños y Niñas de 8 a 12 años: Una perspectiva de sus cuidadores.
TESINA PARA EL GRADO DE LICENCIATURA EN PSICOLOGÍA CLÍNICA
de Gladys Marisol Ramírez Cabrera e Irina Antonia Villagra

Turora: Dra. Gladys Ríos de Recalde
Asunción, Paraguay 2005

1 comentario:

Unknown dijo...

me gusto mucho el desarrollo cientifico y humano del tema. lleno de respuestas acertadas a la inquietud sobre el origen de mi educacion y lo valioso que fue mi familia, mis maestros y mis amigos.
Gracias por indicar el camino a una vida de valores en la sociedad. Me gustaria leer mas sobre su publicaciones en Psicologia.
Dr. David del Pozo Reyes. Cirugia Neurologica. Monterrey, Mexico